sábado, 20 de marzo de 2010

Miguel Delibes



...y al Azarías le resbalaban los lagrimones por las mejillas y él trataba de espantarlas a manotazos y tornaba a su cantinela,
       milana bonita, milana bonita,
y, según hablaba, se iba apartando del grupo, apretujado a la sombra caliente del sauce, los ojos en la veleta, hasta que se quedó, mínimo y solo, en el centro de la amplia corralada, bajo el sol despiadado de julio, su propia sombra como una pelota negra, a los pies, haciendo muecas y aspavientos, hasta que, de pronto, alzó la cabeza, afelpó la voz y voceó,
    ¡quiá!
y, arriba, en la veleta, la grajilla acentuó sus balanceos, oteó la corralada, se rebulló inquieta, y volvió a quedar inmóvil y el Azarías, que la observaba, repitió entonces,
    ¡quiá!
y la grajilla estiró el cuello, mirándole, volvió a recogerlo, tornó a estirarlo y, en ese momento, el Azarías, repitió fervorosamente,
    ¡quiá!
y, de pronto, sucedió lo imprevisto, y como si entre el Azarías y la grajilla se hubiera establecido un fluido, el pájaro se encaramó en la flecha de la veleta y comenzó a graznar alborotadamente,
    ¡quiá, quiá, quiá!
y en la sombra del sauce se hizo un silencio expectante y, de improviso, el pájaro se lanzó hacia adelante, picó, y ante la mirada atónita del grupo, describió tres amplios círculos sobre la corralada, ciñéndose a las tapias y, finalmente, se posó sobre el hombro derecho del Azarías y empezó a picotearle insistentemente el cogote blanco como si le despiojara y Azarías sonreía, sin moverse, volviendo la cabeza ligeramente hacia ella y musitando como una plegaria,         
    milana bonita, milana bonita.

Los santos inocentes (1981)

Miguel Delibes (Valladolid, 1920 – 2010)